RESUMEN
La infección por COVID-19 ha sido vinculada con el desarrollo de síntomas psicóticos a través de diversos mecanismos neurobiológicos e inflamatorios. Se ha propuesto que el virus puede activar la señalización del factor de crecimiento epidérmico, un proceso relacionado con la esquizofrenia. Además, se ha observado que la inflamación sistémica inducida por la infección, caracterizada por niveles elevados de interleucina-6 e interleucina-10, puede alterar el equilibrio neuroquímico y contribuir a la aparición de síntomas psicóticos, incluso en pacientes sin antecedentes psiquiátricos.
Los cambios en los sistemas de neurotransmisores, en particular la disrupción de la homeostasis del glutamato y la dopamina, también han sido implicados en la patogénesis de la psicosis post-COVID-19. Asimismo, la hipoxia cerebral resultante de la afectación del sistema nervioso central por el virus puede generar disfunción neuronal y favorecer episodios psicóticos agudos. Estos efectos han sido documentados en estudios de casos que reportan la aparición de síntomas psicóticos en pacientes en recuperación de la enfermedad.
Desde una perspectiva psicosocial, la pandemia ha influido en la salud mental al aumentar el estrés y la ansiedad, factores que pueden desencadenar psicosis en personas predispuestas. Paradójicamente, la duración de la psicosis no tratada se redujo durante la pandemia, posiblemente debido a una mayor accesibilidad a los servicios de salud mental. En términos de manejo clínico, los antipsicóticos siguen siendo el tratamiento de primera línea, mientras que las estrategias psicoterapéuticas y de rehabilitación psicosocial son esenciales para mitigar los efectos a largo plazo de la COVID-19 en la salud mental.